
Permíteme tomarme un tiempo prudencial -puede que se dilate años- en trazar correctamente los planos de esta reconversión sentimental que debiera ser la definitiva, la que me conduzca en dirección cardinal al orden sinfónico que apunta mi propia batuta. Y no sueltes la mano, que sufro de irritante vértigo si planeo sobre mi propia sombra y esta orquesta necesita quien la dirija sin titubeos de manchados pentagramas
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