
EGO
Sin hacer nada deseaba cambiar la realidad pero ésta desprendía un hedor inmutable, insufrible, innegable.
Rondaba el pesimismo en la cabeza de Jorge y su joven cuerpo se proyectaba tumbado en una cama gélida, al ritmo de las gotas de lluvia que se confundían con las que brotaban de sus ojos oscuros.
Jorge nunca supo, hasta ese embriagador día, que todo lo que había buscado estaba delante de sus narices. Y que, a partir de un improvisado eureka, cautivaría el olfato de aquella que se atreviera a escudriñarle siquiera un segundo.
“Hoy y no más”, aseguró. Dio un salto del lecho y se paró ante el espejo. Delante, desde donde emana su EGO, cambió el aroma de su tormenta interior por otro repleto de actitud y, optimista, decidió hacer frente a sus demonios internos y exhalar felicidad en su mirada.